Trasladémonos a la antigua Grecia, 300-400 años antes de la era común (antes de Cristo). Podemos decir que Hipócrates, padre de la medicina moderna, y Aristóteles, célebre filosofo, se referían al sangrado femenino periódico como algo erróneo, impuro y desestabilizante en la mujer.
La raíz de la palabra mens-truación significa “mes lunar” en griego y deviene de esa época en la que a la mujer se la consideraba inferior y dependiente del hombre, tal como la Luna lo es del Sol para reflejar la luz.
La menstruación es el aspecto visible del ciclo corporal-energético del útero y por unos cuantos milenos solo hubo suposiciones sobre sus origines y lógicas. Estuvo mas bien asociada a creencias filosóficas, metafísicas, mitológicas y astronómicas sin mayor fundamento. No fue sino recién en el siglo 17, con la invención del microscopio, que se descubrieron los folículos en los ovarios y luego en el siglo 20, con la incipiencia de la endocrinología médica, que se comenzó a comprender la naturaleza hormonal de la menstruación, su correlación con la ovulación y relación con el embarazo.
Milenios de creencias supersticiosas y metafísicas a favor de un ciclo empíricamente menstrual, en relación con apenas 100 años de una consideración menstrual-ovulatoria de un ciclo regulado por hormonas.
No es tan fácil actualizar nuestras creencias ni llevar a la práctica una nueva consciencia. 100 años son pocos para que nos observemos de una nueva manera.
En la filosofía china se entiende que por cada aspecto yin hay uno yang que complementa todo ciclo, todo fenómeno existente. La observación de la naturaleza les dio a los chinos la capacidad de inferir que la menstruación era solo una parte del proceso… aunque también debieron esperan los avances de la medicina contemporánea y de la tecnología para comprobarlo.
Hoy día sabemos que la menstruación es una parte de la manifestación del ciclo hormonal de las mujeres en edad fértil. La otra parte es la ovulación. También, comenzamos a aprender sobre el útero y su relación con ese ciclo hormonal, comprendiendo que hay un movimiento palpitante y sutil que es descendente durante la fase menstrual (yin) y ascendente durante la fase ovulatoria (yang), cuya función es colaborativa respecto al ciclo y energéticamente favorecedora de la manifestación expresiva-creativa en fase yang y depurativa-sensitiva en fase yin.
Referirnos al ciclo corporal-energético del útero como exclusivamente menstrual implica anular e ignorar todo lo referido a la ovulación: la potencialidad creativa de los óvulos, la expresividad de lo que somos y de lo que creamos, la energía disponible para accionar, en función de las hormonas que sostienen esta parte del proceso, y en concreto, el momento en el que las mujeres somos el Sol: brillamos, estamos dispuestas y tenemos el poder de manifestar hacia la vida, desde nuestro útero-corazón.
Las palabras construyen la realidad, y si deseamos ser consideradas (y autoconsiderarnos) como seres completos, más amplias que hipersensibles, irritables, dolientes y en sacrificio -cualidades superfluamente asociadas con la menstruación-, necesitamos nombrarnos completas: mujeres que ovulan y menstrúan.
Así como abogamos por llamar a la menstruación como tal y abandonar los eufemismos e insinuaciones para trascender el tabú de sangrar, podríamos empezar a nombrar al ciclo menstrual como “ciclo del útero” incluyendo entonces todas sus fases, movimiento y energía, considerándolo desde lo completo… considerándonos completas.
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