Desde el silencio y la sumisión al mandato recibido, sostenemos la continuidad de los patrones de conducta, creencias y secretos del linaje. Una tras otras mujer repiten herencias hasta que alguna las cuestiona y se dispone en la voluntad de cambiar, actualizar, dar algo nuevo a la que sigue.
Ese cuestionamiento, para que sea verdadero, solo puede venir del reconocimiento, sea del dolor, la incapacidad, la sensación de riesgo o de insuficiencia que se siente en el propio cuerpo. No alcanza con pensarlo sino que hay que encarnar la necesidad de hacerlo diferente. Es allí de donde surgen los recursos para crear nuevas formas, transformar creencias y abrir lo secreto.
Ver las conductas repetidas en otras personas e historias es fácil, pero no tanto en la propia. Demandamos rápidamente el cambio, el darse cuenta, el hacer diferente, olvidando lo difícil que es todo eso, siendo poco compasivas entre y para nosotras. Eso que pides… ¿tú como lo hiciste? ¿Cómo es que transformaste esa historia de tu linaje? Reconocer las propias formas y recursos nos trae a la presencia, activa la compasión y la voluntad de acompañar, en vez de dirigir o adoctrinar.
Para ser un eslabón de transformación tienes que poder darle a la siguiente algo distinto de lo que recibiste tu. Muchas veces eso significa “traicionar” el linaje o las herencias, cuestionar para ser cuestionada por quienes desean conservar las formas, emprender sola este devenir buscando lo que te permita crear lo nuevo, indagar, aprender, perderte y encontrar.
Antes de dar y transmitir, tendrás que tomarlo para ti. Solo de esa manera una nueva sabiduría puede comenzar a existir en el continuo de la consciencia del linaje y de las mujeres. Para que quienes te continúan puedan hacer de nuevas formas, tendrás primero que hacerlo tú, transformarte en un eslabón novedoso de esa cadena.
A continuación, la historia de Clara sobre cómo transformó la consciencia de la menstruación en ella y hacia su hija.
Cómo llevar una maternidad consciente con una hija en menarquía
Todo, o casi todo lo que viví en mi menarquía (cuando empecé a menstruar) fue autodidacta. En esa época pocas madres informaban a sus hijas con naturalidad y sin tabúes. Le ponían nombres extraños a la menstruación para ocultarla, pero luego anunciaban a todas las amigas “ya se ha hecho mujer”. Lo hacían como sabían o como les habían enseñado a ellas. Yo siempre supe que intentaría hacerlo distinto.
La maternidad consciente precisa de hacer un trabajo interno propio y mi experiencia en ello fue progresiva, verla crecer a mi hija fue y sigue siendo parte de mi crecimiento personal. Desde que se gestó en mi útero, se creó una simbiosis ancestral entre las dos. Se despertaron en mí los instintos más animales, al menos, yo así lo sentí.
Cómo transmitimos a nuestras hijas es parte fundamental en este proceso. Mi hija me ha hecho espejo en muchas situaciones de mi vida y, en concreto, en mi relación con ella me he topado de lleno con heridas, carencias y creencias, respecto a mí misma y respecto a la menstruación. Heridas que, de alguna manera, siguen latentes para ser transformadas. Me hizo darme cuenta de la vergüenza que me daba hablar de ello y abandonar esa idea fue lo primero que sentí hacer.
En alguna ocasión recuerdo que le dije: “Hija, es el mayor regalo que nos da la naturaleza”. Y empecé por hablarle con respeto y amor hacia el proceso fisiológico tan natural y especial como el nuestro. Mi hija sabía todo sobre los productos que hay en el mercado para nuestra higiene y sobre todo sabía que podía contar con su madre para acompañarla y aconsejarla en cada momento del ciclo. Aun me queda camino que recorrer: enseñarle como trabajar con las capacidades de manifestación creativa del ciclo y del útero es una de mis tareas aún pendientes, pero nada mejor que mostrarme como ejemplo.
Muchas niñas crecen asumiendo que su menstruación va a limitarlas en su vida y la ven como una condena, puesto que su madre así lo vivió y quizás también su abuela. Empezar a cuestionar eso es el principio para crear una nueva narrativa. En algunos lugares se celebra como Rito de Paso, como el fin de un ciclo y el comienzo de otro, así como lo es el embarazo y el parto. Las mujeres, a lo largo de nuestras vidas, experimentamos ciclos que acaban y otros que empiezan, nuestro útero es una espiral en continuo movimiento. Y cuando nuestras hijas empiezan a vivir estos cambios, los experimentamos como si fueran propios.
Para mí, la maternidad es un desafío constante, siendo consciente de mis miedos y limitaciones como madre, pero también sabiendo que soy referente para mi hija, asumiendo la responsabilidad que ello conlleva. A la vez, manteniendo el respeto y la admiración hacia su búsqueda interna personal, de su propia identidad.
Llevar una maternidad de manera consciente respecto a la menstruación crea hijas seguras de sí mismas, sin miedo a expresarse y a ser auténticas. Mi hija tiene ahora 15 años y es toda una mujer con ideas muy claras. Así me lo ha mostrado en muchas ocasiones y momentos de su vida. Tener una comunicación fluida es crucial para forjar en ella raíces fuertes y seguras, afianzando así el vínculo madre-hija también, tan necesario para crecer siendo una mujer adulta emocionalmente madura.
De esta manera, me convierto en el eslabón de transformación de mi linaje, un linaje avergonzado de su voz, silenciando la vida. Honrando a mi madre y a su labor que aún ejerce y a mis ancestras, abro un nuevo camino para las generaciones posteriores para que vivan su menstruación, sus ciclos y todos sus procesos femeninos de forma natural y respetuosa.
Por Clara Marcilla Peidro, colaboradora de Nuestro Útero realizando la Formación en consciencia y energía del útero. Vive y brinda asistencia a mujeres desde Valencia, España. IG: clara_guardiana