El estudio que lo comenzó todo
El efecto McClintock, o la idea de que los ciclos hormonales de las mujeres se sincronizan, surgió a partir de una investigación realizada por la Dra. Martha McClintock en 1971. En el mismo se recopilaron datos de 135 mujeres que vivían en una residencia universitaria y se encontró una tendencia hacia la sincronía menstrual en compañeras de habitación y amigas, pero no de manera amplia respecto a mujeres desconocidas entre sí que habitaban la misma residencia.
La Dra. McClintock propuso en su teoría que las feromonas de las mujeres eran las causantes de la sincronización y que de esa manera se “comunicaban” entre sí partir de la cercanía física. Las feromonas son sustancias químicas secretadas por los seres vivos en general con el sentido de influir o favorecer conductas, como por ejemplo, apareamiento, pero no hay consenso en la comunidad científica respecto su función en los seres humanos.
De todos modos, el estudio de McClintock tuvo la suficiente repercusión como para ser validado por la comunidad femenina, no así por la comunidad científica. Desde entonces se han realizado numerosos estudios intentando reafirmar o negar la teoría de la sincronización menstrual, mientras que el mito prevalece y continúa siendo transmitido como si fuera una realidad.
Cabe destacar que McClintock solo registró los ciclos de las mujeres en relación a las fechas de la menstruación, no de la ovulación. El ciclo hormonal comprende tanto menstruación como ovulación y se ve afectado de manera adaptativa por numerosos factores como el estrés, las emociones, los viajes y las pandemias por supuesto. Por tanto, comprendemos a la menstruación como un fenómeno correlacionado con el resto de la realidad de cada mujer y las interacciones sociales serían un factor menor de injerencia en la ciclicidad y coherencia hormonal.
Igualmente, McClintock continuó con su aseveración y hacia 1998 publicó una investigación final con supuesta evidencia definitiva respecto a las feromonas y su efecto, ahora sí, sobre la ovulación. Ese estudio simplemente amplió el debate sin lograr afirmar la teoría.
Desde la lógica matemática, la sincronía menstrual es completamente factible. En ciclos de 28 días, la máxima posibilidad de asincronía sería de 14 días. Dado que la duración de la menstruación es de 5 a 7 días, las superposiciones de días menstruales entre mujeres son simplemente ocurrencias posibles. Las investigaciones actuales ya no afirman una sincronía estricta, sino más bien una posible cercanía entre menstruaciones.
Así como expliqué en mi anterior ensayo, “La luna como soporte externo a la consciencia del útero”, que la sincronía de la menstruación con una fase lunar específica es una percepción general y una coincidencia más que una realidad empírica, pareciera que la sincronía entre ciclos menstruales también lo es.
¿Por qué se sostuvo el mito si no había evidencia real?
La comunidad de mujeres amó la teoría y la convirtió en mito. Lo validó desde el discurso y la cultura popular. Eso le permitió a McClintock continuar su investigación a pesar de haber sido menoscabada desde la perspectiva científica.
Analicemos distintos factores y realidades socioculturales que habilitaron este mito y, es más, lo hicieron -y aun lo hacen- necesario.
Las estigmatización cultural hacia la menstruación, como primer factor, es un fenómeno global que trasciende grupos sociales específicos y todas las mujeres a través de los tiempos han sufrido y sentido discriminación y maltrato al respecto. Adicionalmente a ello, existe un sesgo sobre la emocionalidad de la mujer menstruante. Se la referencia como malhumorada, sensible, explosiva (hacia llanto o furia) y en casos más externos, como loca o monstruosa.
En el contexto de cohabitación familiar o entre personas de distintos géneros, la sincronía de la menstruación se usa como una crítica negativa, refiriéndose a un ambiente intenso y cuasi explosivo, como manifestación de un estado hormonal conjunto peligroso.
Particularmente me impactó ver hace un tiempo un capítulo de la serie “Modern Family” (Temporada 3, capítulo 17) en donde las mujeres de la familia coinciden en su menstruación y los hombres se ocultan y espacian de ellas y de sus humores. Las nombran como “monstruando juntas” en vez de menstruando. Ese es un ejemplo claro de la estigmatización peyorativa y del uso de este mito para menospreciar e invalidar la emocionalidad y necesidades psicocorporales de las mujeres.
El segundo factor cultural que sostiene la necesidad de este mito se relaciona con la falta de educación sexual y específicamente menstrual, lo que nos impide a las mujeres poder a gestionar la menstruación de manera consciente y asertiva.
La menstruación da vergüenza y da miedo. Esas emociones coexisten con lo corporal incluso en la madurez. Hay un registro ancestral de peligro asociado al tiempo de sangrado y a sus implicancias. En mi libro Nuestro Útero hablo específicamente de los riesgos de la menarquía: la posibilidad de ser entregada en matrimonio y la iniciación sexual no deseada, ambos aun existentes en algunas sociedades contemporáneas. Pero además, sangrar implica quedar excluida y silenciada de la tribu por un tiempo, en todos aquellos ámbitos en donde la menstruación fue y aun es considerada una impureza, un contaminante o un riesgo para los hombres y la espiritualidad.
Las mujeres aisladas necesitan compañía para sentirse seguras. Las mujeres en riesgo también y menstruar solas es riesgoso. Ese registro pulsa profundamente en nuestra memoria colectiva ancestral.
Un tercer factor es la desconexión con nuestro cuerpo y nuestro corazón, consecuencia de la invalidación sociocultural que tenemos impregnada respecto a sensaciones, emociones, creatividad y expresividad; asimismo el “gaslighting” médico respecto al síndrome premenstrual y otras dolencias específicas de los úteros.
“Gaslighting” es un término en inglés que consiste en manipular la percepción de la realidad del otro. En el ámbito médico y hacia las mujeres, hablamos de “gaslighting” cuando se minimizan los síntomas descriptos y se los refiere como emocionales y exagerados. Eso lleva a las mujeres a silenciar, negar y sentirse confundidas respecto a su realidad menstrual y corporal.
Cuando la sociedad no nos valida, sino que nos silencia e ignora, necesitamos crear vínculos de empatía y complicidad hacia el amparo. Surge entonces una sororidad forzada, una hermandad desde el miedo y la desconexión en la que podemos compartir desde el silencio, lo que nadie quiere escuchar: el dolor, la sangre, los desbordes, la incomodidad, la inseguridad y la vergüenza. Menstruar juntas (o esperar hacerlo) lo hace más fácil.
La ilusión de compartir los días de sangrado es emocionalmente interesante, brinda alivio y sensación de seguridad. Pareciera que si menstruamos juntas somos más fuertes, pero no es tan así. Veremos a continuación datos y lógicas comunitarias que contradicen el mito.
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