Haber perdido algo o alguien de manera definitiva, eso es el duelo. Lo irremediable.

El duelo trae profundo dolor, por la pérdida no solo de aquello que amamos, que (creemos) nos pertenece, sino también por todo un futuro que no será. Con la pérdida hay un futuro que se cancela y eso se duela.

El duelo es tristeza, una tristeza a la que le tenemos miedo, resistencia, pensamos y sentimos que nos va a engullir. La tristeza es una emoción un tanto incomprendida que aporta el valioso transito hacia la regeneración. Ante las pérdidas hay que entristecerse y completar el ciclo de duelo, desapego, reconexión.

La tristeza toma el cuerpo de una manera particular: lo afloja y lo distancia de todo, el cuerpo mismo se encoje, se desploma hacia adentro, pesa, se arrastra. El pecho se hunde por el peso del dolor. Hay un desánimo por el futuro que también se desplomó, como el mismo cuerpo. La tristeza crea distancia, esa es la necesidad emocional en sí misma, pero también por el hecho de que a las personas les cuesta relacionarse con lo triste y por ello se alejan.

El llanto, que es la expresión emocional de la tristeza (pero también de otras emociones), tiene la interesante función orgánica de devolverle la movilidad al pecho con inspiraciones espasmódicas y exhalaciones por la boca, si son con sonido aun mejor. El dolor que se gime o grita nos vacía de aire y nos lleva a inspirar en bocanadas, reviviendo. La piel quema, ansiamos el contacto tanto como lo rechazamos. Es que la piel nos define como concretos y esa concreción duele; si pudiéramos disolvernos tal vez habría menos dolor.

Gabrielle Roth, en su técnica somática emocional “5 Ritmos”, asocia a la tristeza con el ritmo caótico. En el caos perdemos el control, es un ritmo que nos ahoga. Se trata de contradicción, retención y entrega. Puede ser una danza exigente físicamente o un proceso más interno con sacudidas, vibraciones y liberación. De cualquier manera, la mente se vacía de la cabeza hacia el cuerpo, despertando completamente la sensitividad.

El caos que se atraviesa, se transita, nos lleva a la calma. La tristeza se trata de eso, de llevarnos hacia el otro lado del dolor intentando comprender el desapego: nada permanece, nada nos pertenece. Pero también nada de lo que deja de existir nos hará dejar de existir, somos mas que eso. Si volvemos al contacto, nos tocamos, nos dejamos abrazar y contener, sentimos que somos y aun existimos: el dolor atravesó un cuerpo-alma que prevalece.

Cuando resistimos el duelo, queda pendiente. Se almacena en algún lugar del cuerpo y espera por nosotras, por su espacio y su dolor. Entrar al duelo y sentir la tristeza requiere coraje y saber estar con esos monstruos, pero es posible. Increíblemente, al darle a la tristeza su lugar, su tiempo y su proceso, se resuelve, se sana, se reconecta. Pero eso parece imposible en las puertas del dolor, por ello muchas veces, hará falta ayuda y compañía en el camino.

Si hay un resquicio de energía y cordura, debe ser usado para pedir esa ayuda, para evitar la desconexión que disocia. Tal vez nos avergüenza pedir compañía para estar tristes, pero es un pedido humilde y sincero que necesita ser correspondido.

Aprendamos a estar tristes y a estar con las tristezas ajenas. Duelemos, lloremos, atravesemos el caos por lo que irremediablemente terminó, por el futuro que no sucederá. Es la única posibilidad para recomponernos en la realidad cambiante que es la vida, el cuerpo, los vínculos, la naturaleza y el útero.

Está en la tristeza de otras. Está en tu tristeza. Haz el duelo.


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