De la menstruación al ciclo hormonal del sistema reproductor
En la antigua Grecia, tanto Hipócrates, padre de la medicina moderna, y Aristóteles, célebre filósofo, se referían al sangrado femenino periódico como algo erróneo, impuro y desestabilizante en la mujer. Se apoyaron en una estructura filosófica de arquetipos predominantemente patriarcal al aseverar la relación cualitativa de la mujer con la luna: un astro dependiente del sol para reflejar la luz, al igual que las mujeres, dependientes de los hombres para subsistir. En tal época, los cambios físicos y psicológicos de la mujer eran vistos como signos de inconstancia y desequilibrio, como la menstruación lo era de impureza y debilidad.
Los griegos, los fenicios y otras civilizaciones antiguas ya comprendían la relación de la luna con las mareas y asociaron fácilmente -hipotéticamente- esa lógica a los fluidos femeninos asumiendo que la sangre menstrual debía también seguir los ritmos de las mareas y las fases lunares. Sin embargo, no existe evidencia concreta de que la gravedad lunar afecte a los seres humanos de ninguna forma específica.
Desde el siglo cuarto antes de la era común (A.C.) hasta el siglo diecisiete de esta era, la asociación cualitativa de la mujer con la luna prevaleció en la consciencia colectiva sin cuestionamientos. Recién en 1672 se descubrió, gracias a la invención de microscopio, la existencia de los folículos en los ovarios y se les dio nombre a dichos órganos, iniciando el lento proceso de investigación científica sobre el sistema reproductor femenino. En 1896 se asoció por primera vez la fertilidad a la ovulación y años después se descubrió el proceso cambiante del endometrio durante el ciclo.
Los inicios del siglo veinte fueron muy fructíferos en las investigaciones sobre el tema y finalmente, hacia 1934, se pudo describir científicamente el proceso completo de menstruación-ovulación y su correlación con las hormonas femeninas, gracias al surgimiento de la endocrinología como especialidad médica.
Casi cien años después de tales investigaciones y descubrimientos, numerosos mitos aun permanecen en la consciencia de las mujeres, dificultando el verdadero camino de autoconocimiento y reconciliación.
La luna como referencia para la medición del tiempo
Los primeros registros de la existencia de un calendario lunar se encuentran cinco mil años antes de la era común, en la Mesopotamia de Oriente Próximo, pero evidentemente la luna fue una de las formas de medir el tiempo desde la prehistoria.
La observación de los cambios de la luna sobre el firmamento permitió entender y registrar el tiempo desde un elemento externo a la propia percepción. Desde tempranas épocas, la humanidad comprendió el concepto de ciclo: lo que se repite, a través de la luna, pero también a través del sol, observando la naturaleza y la Tierra.
En los registros arqueológicos de culturas preindoeuropeas (prehistoria de Asia y Europa) se encuentran numerosas referencias al arquetipo de la Gran Madre, que simbolizaba el misterio de la vida a través de una imagen de mujer. La Gran Madre o Diosa es el símbolo del tiempo cíclico: vida, muerte, vida, y está presente en la cosmogonía, al arte, el lenguaje de las culturas neolíticas y matrifocales previas al surgimiento del patriarcado. Su representación implicaba el Todo, la vida completa del universo, lo conocido y lo desconocido.
Es factible expresar que la relación de la luna con la menstruación no deviene de la sincronía de los ciclos, sino de la consciencia y comprensión de lo cíclico. Cíclicamente la luna desaparece, la mujer sangra, las semillas brotan, la vida llega, sin que, en su momento, fuera posible comprender la naturaleza de estos fenómenos.
Desde una perspectiva contemporánea, la relación de la menstruación con la luna nueva y de la ovulación con la luna llena -o viceversa- no cuenta con sustento científico ni tampoco es empíricamente incuestionable. Lo mismo sucede con la duración de los ciclos: el de la luna dura 29,5 días y no se corresponde con el ciclo arquetípico del útero de 28 días. La existencia de dos ciclos similares no los hace iguales ni tampoco síncronos. Analicemos, a continuación, evidencias importantes al respecto.
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