La Big Data y la lógica ancestral: no menstruemos juntas

Las aplicaciones de calendario menstrual que millones de mujeres tienen instaladas en sus teléfonos brindan datos sumamente útiles para llevar a lo concreto la realidad de las menstruaciones. Expuse en el ensayo sobre la menstruación y su sincronía con la luna cómo las principales aplicaciones de registro menstrual demostraban que solo el 30% de las mujeres tiene un ciclo hormonal coincidente con el lunar.

En este caso, investigaciones específicas llevadas a cabo por la empresa dueña de la aplicación Clue (helloclue.com) sobre 360 pares de mujeres, reportaron, sobre el 76%, justamente lo opuesto: que las menstruaciones tienden a desincronizarse.

Investigaciones sobre parejas de mujeres homosexuales y su sincronía menstrual revelaron similares resultados, considerando parejas de mujeres, con y sin hijos y de distintas edades que cohabitaban. Pareciera que las sincronizaciones son efectivamente superposiciones por algunos días y también por unos pocos ciclos. No existen reportes concretos de sincronizaciones permanentes.

Pensar en dos mujeres, que son pareja y están a cargo de su casa, su familia y sus trabajos personales, coincidiendo en su menstruación, el momento de mayor vulnerabilidad y menor disposición corporal, naturalmente me lleva desear lo opuesto: que sus menstruaciones no coincidan y entonces su capacidad de gestionar la familia y sus vidas personales, como un equipo, definitivamente sería mejor.

En las comunidades ancestrales encontramos referencias al mito de la sincronía con la luna y entre mujeres, pero asimismo, el trabajo colaborativo entre mujeres respecto a la producción de alimentos y provisión de comida, al cuidado de las niñas y niños y el sustento de la tribu, nos invita a pensar que, en la práctica, favorecería lo contrario. En la asincronía hay poder y colaboración, protección y acuerdo.

La menstruación es el momento del ciclo en el que el cuerpo necesita más reposo, menos esfuerzo físico y contención emocional. Los recursos de la mujer deben volcarse hacia adentro. La vulnerabilidad y la debilidad afloran y son condicionantes respecto a la posibilidad de protección y de sustento de sí misma y de su progenie.

En contextos donde el trabajo colaborativo en comunidad es el modelo, la asincronía sería una adaptación valiosa para cuidarse y apoyarse entre unas y otras. La mujer menstruante tendría posibilidad de retirarse de las actividades más pesadas, delegarlas y descansar mientras otras mujeres, que estarían en otros momentos de sus ciclos, pueden tomar mas tareas y compensar. Representaría una verdadera construcción de sororidad.

La misma lógica sería interesante de observar en comunidades cerradas de mujeres, como los harenes y las familias musulmanas en donde cohabitan varias esposas e hijas. En las sociedades patriarcales más extremistas, que las mujeres estén al servicio de los hombres no incluye contemplaciones respecto a la realidad menstrual, y si bien en muchas culturas el sexo durante la menstruación no se propicia e incluso está prohibido, justamente hay más mujeres disponibles para un solo hombre. Esto que parece una aberración para la mujer occidental actual, sucedió por siglos y aun sucede en medio oriente.

La teoría adaptativa de los ciclos de las mujeres se orienta más hacia la asincronía, que necesariamente tenemos que pensar desde un punto de vista ancestral: comunidades y tribus prehistóricas y antiguas en las albores del patriarcado y las sociedades prístinas. En ese contexto, la asincronía menstrual reduce la competencia entre mujeres, favorece la colaboración y el sustento colectivo y en comunidades no-monogámicas incentiva el crecimiento de la tribu.

Trascender el mito, reconocer nuestra necesidad de sororidad

Las investigaciones de McClintock y muchas de las posteriores que intentaron refutarla o afirmarla, se realizaron en residencias universitarias y casas de sororidades en Estados Unidos. Es interesante la analogía de mujeres que pertenecen a una sororidad y buscan desde el mito crear sororidad.

“Sororidad es la palabra que usamos para referirnos a la hermandad entre mujeres [su contraparte es fraternidad]. Es un vocablo bastante reciente en el idioma español, pero que podemos encontrarlo en el francés y el italiano desde hace unos cinco siglos. El concepto de hermandad entre mujeres es mucho más antiguo. Deviene de las épocas previas al patriarcado, por los menos unos cuatro a seis mil años atrás.” (Extracto de Nuestro útero, página 186 versión papel).

Este vocablo se refiere a la comunidad de mujeres y sus motivaciones fundamentales: colaborar, acompañarse, estar unas para otras. Lo profundo a observar es si esa presencia sorora es desde el miedo, la vergüenza y la sensación de no poder. Cuando la intención de sororidad surge de esas realidades interiores de las mujeres, buscamos excusas y motivos para reunirnos desde el dolor. En el caso de la menstruación es un dolor físico, una limitación corporal y un juicio hacia lo sensitivo emocional al que nos vemos sometidas continuamente.

La falta de educación sexual y menstrual también nos lleva a buscar compañerismo y ayuda, incluso para tener acceso a productos de higiene femenina. Las mujeres se educan entre mujeres y el valioso que así sea, pero con información real y concreta sin sostener mitos que solo crean más condicionamiento.

La base fundamental de la sororidad es la inclusión, el desmantelamiento de las lógicas que nos separan, nos ponen en competencia y nos excluyen. Estamos muy habituadas a funcionar desde la crítica y la exclusión y eso genera, en parte, las carencias emocionales, el rechazo a vulnerabilidad y la autoexigencia que nos deja vacías por las cuales luego buscamos la ilusión de sororidad en el mito y en el deseo de no estar solas en nuestro momento de contacto con el dolor y el duelo, la menstruación.

La ciencia aun no se decide respecto a las menstruaciones, pero las mujeres si comprendemos que podemos ser mas sororas, compañeras, respetuosas y receptivas de las realidades individuales de manera proactiva, sin necesidad de buscar excusas ni hacerlo desde el miedo o el dolor.

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